Las fotos que a continuación presentamos cuentan cómo transcurrió en 1992 la presentación del primer libro de María Juliana.
Con la presencia de amigos y familiars en la discoteca Amarcord en el área del Condado en San Juan, María Juliana nos invitó a conocer las diversas formas que puede tomar el amor cuando sus dimensiones son universales gracias al uso de la palabra para comunicarlas.
Carta de Don Francisco Matos Paoli
Río Piedras, Puerto Rico
23 de febrero de 1992
A ti, María Juliana, sin adjetivos:
¿Por qué sin adjetivos? Ah de la vida amante (ya he utilizado un adjetivo, no podemos vivir sin adjetivos. Pero me gusta en ti el simple sustantivo. Y diría yo como Gertrude Stein, al referirme a ti: A rose is a rose is a rose is a rose is rose….Y así, hasta la plenitud del infinito que ama castamente en ti, María Juliana. Tal vez hayas amado , nadie puede evitarlo, por sorpersa, por azar, por pura vivencia, por emoción, pero una emoción que en ti vibra en el sentimiento, y sobre todo , en la zona psíquica de la rosa abierta al amor.
Te resistes a ser una equívoca máquina que genera placer por el placer mismo. El placer es noble y bueno, es parte de la felicidad de esta raíz de tierra que nos abraza con un golpe de ala dubitante: Pero el placer no se completa propiamente como mero deseo físico, tiene que poseer “dimensiones en el amor”, es decir, lo que yo diría en mi Canto de la Locura, algo así como cuando la expresión de amor se hace límite de lo inmenso. ¿Esto no es una paradoja? No lo creo. Podrá ser una aludida presencia en el amor que redime y salva, cuando es sincero, cuando es forma de la ingenuidad más sagrada, cuando se complementa en el pudor de la mujer que se ofrenda y entonces, si, que apasiona ese amor, porque no está enajenado en la provocación de la conscupiscencia. Y desde un punto de vista psicológico, no hay duda de ello, que el amor decocado, sin rubor angélico, provoca en nosotros, en los hombres verdaderos, amantes de una fe irizada de amor entre las sombras, un rechazo sexual, un profundo asco espiritual.
Porque está en la ley insana de la promiscuidad, y ya deja de ser amor, ya se convierte en una robotización de la existencia que se desperdicia en los meros valores hedonísticos, lo que quiere decir, el placer por el placer mismo, sin agarre en la compañia frutecida de una nostalgia de lo eterno. Mi padre espiritual, con quien estuve en la cárcel de la Princesa algunos años, a raíz del levantamiento armado contra la invasión militar de nuestro suelo por un poder extranjero, Albizu Campos, decía lo siguente, con su profunda y serena galantería: A la Patria se le ama como a la mujer, física y espiritualmente. Y si el amor no se da en la consecuencia sagrada, ya es una prevaricación de una rebeldía sin causa, de un azar que no obedece a un orden divino dado en la existencia hermosa de la cópula entre hombre y mujer. Es más, yo iría aún más lejos: tus cantos al amor son como letras de bolero virginal, se pueden cantar, y se pueden musitar, porque están plenos del suspiro de la mujer aque se abre a la fe de vida esplendente que es el amor auténtico. Yo entiendo todo esto: tanto el hombre y la mujer necesitan de cierta agresividad tierna, de cierta pasión medida por el fervor de una energía espiritual envolvente y desenvolvente. Y desde luego: para batallas de amor campos de pluma, como muy bien cantó Góngora. Esa pasión es la que tú nos comunicas con toda la evolución de un pensamiento sentiente, con toda la ardentía que se merece la soledad acompañada de hombre y mujer en el descubrimiento de una pura trascendencia espiritual.
En cuanto a la realización artística de tu libro Dimensiones en el amor , me alaga profundamente la sencillez de expresión, la espontaneidad de un agua enamorada que corre y corre, tal vez sin hallar destino absoluto. ¿Quién encuentra la felicidad de lo absoluto, si estamos mediatizados por el tiempo y el espacio, y necesariamente tenemos que rsponder y corresponder a una circunstancia que nos constriñe, no solamente la emoción, sino también el pensamiento.? Pero el heroísmo racional y emocional, ambos juntos en ti, que tú nos ofrendas, a la larga, nos convence, nos lleva de la mano a la sanidad virtual del amor que no tiene morbo alguno, que no responde a ninguna clase de patología sexual que pueda confundirnos y llevarnos de cabeza a la muerte.
Por encima de todo, el amor en ti es un modo de vencer la muerte de las emociones pueriles, intrascendentes, que no dejan rastro alguno en nuestros humildes corazones nimbados de amor providente. Si no hay ofrenda providencial en el amor erótico, éste carece de extásis en el tiempo y en el espacio, el amor así ofrecido no vale la pena que perdure, porque está ya de antemano viciado por una angustia que nos destroza y nos dilapida el ser. Se es en el amor, el amor es una forma de afirmar el ser de la persona, y cuando se afirma la persona, ya estamos lejos de esa triste consideración que reduce la cópula a la mera involución puramente mecánica, despersonalizada, muerta de antemano, en el abrazo pancósmico que nos hace vibrar en torno a la vibración de las estrellas cuando caen sobre nuestro lecho apasionado y le damos cabida en la mano escintilada de sueños perdurables, de sueños que no responden al aborto inconsecuente de los deseos ilegítimos.
Espero decir de tu bello libro que me encantó, por su viveza, por su sinceridad apasionada, en el sentido de la Pasión de Nuestro Señor, en el sentido de esta paz de la pasión amorosa cuando está inspirada en la dimensión de lo eterno, cuando complace al mar en pleamar, cuando en la orilla de la playa, a través de un caracol que gime en la arena, alcanzamos a expresar lenguas angélicas, muy vivas por cierto, muy sentimentales, muy sensitivas, muy románticas, en el sentido becqueriano cuando dice a una mujer que le pregunta sobre la verdadera definición de la poesía. Y el poeta le dice: después de posar tu pupila azul de ensueños profundamente enamoradizos, indudablemente, tú mujer, al inclunar tu pupila azul sobre mi, eres la poesía: poesía eres tú. Hay que tener mucho cuidado con las alabanzas falsas, con las hipócritas motivaciones de aquellos que se acercan a la mujer para utilizarla como una mera máquina que produce placer.
Hay que ser en el amor, y ser, como decía Gertrude Stein, como dices tú, sin adjetivos, María Juliana: A rose is a rose is a rose is a rose is a rose, a perpetual rose flowering forever between bauty and truth. Yo creo que tu libro nos ofrece este mensaje capital, esta manera de afirmar la vida como una compensación infinita de la Gracia que lleva la Sulamita en sus pechos encendidos de fruición místico-trascendental y cuando se dirige a la santidad del amor que viene desde el cielo como un regalo de bella inmortalidad, como una floriestrellada senda abierta a la vida cuando la vida es profunda, no simple piel, y exige de nosotros desbordes, emociones, niveles psíquicos, energías espirituales que nos transportan muy lejos de nosotros y nos hacen sucumbir en la sagrada locura de toda bienandanza eterna por medio de lo único que salva en la vida del hombre y la mujer: la revolución del amor. Y ahora, para terminar, repetiría yo de memoria algunas frases sueltas de San Pablo cuando nos exhorta: Si tienes lenguas angélicas, poeta o poetisa, y no tienes amor, serás como metal que resuena y címbalo que retiñe. Tu libro es bello por esta indicación de las señales abiertas del ser amante, sé que abrazas el polvo para iluminarlo en el son o sutil de todas las estrellas abiertas en el cielo de Dios y de la Virgen María.
Solamente te he dado una breve cifra de la inconmensurable ofrenda de amor casto que tú nos ofreces en estas dimensiones del amor. No puedo penetrar en lo inalcanzable, dejemos para el silencio musitar el reconocimiento que tú te mereces, que el silencio hable entre nosotros, que gima, que suspire, que se extienda en el lecho donde dos cuerpos vibrátiles están abrazados para rendir homenaje, no a la mujer atada a la triste rendición de la muerte, sino a la mujer que pulsa el abismo de la vida sosteniendo las alas limpias en el descubrimiento de esta energía del espíritu que se cuela por entre los intersticios de nuestras venas, de nuestra sangre alada que nos da la suma complacencia de no haber vivido en vano, de haberle dado sentido auténtico a la vida aquí en la tierra por medio del amor, en su profunda castidad e ingenuidad, el amor que redime y salva, como es el Amor de Nuestro Señor, como es el amor de la Madre de Dios, la Virgen María.
Hasta cualquier otro ratito en que volvamos a encontrarnos en la vida que vence a la muerte y que establece el rítmo, el orden musical, la luz no usada de la música que gobierna al mundo por siempre.
Francisco Matos Paoli